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DIDÁCTICA de la FILOSOFÍA

Paradigmas filósoficos

Paradigmas filósoficos Las consolaciones de la Filosofía
Alain de Bottom

Madrid, Taurus, 2001

“Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana”

Con esta cita de Epicuro se presenta esta obra que fue el primer libro que me puso en contacto con la práctica filosófica. No es un tratado epistemológico sobre la cuestión. No es un libro muy “técnico” o sesudo. Pero es un libro ameno e interesante, de muy fácil lectura. Por eso lo reseño y recomiendo como una buena introducción.
De Bottom, puede ser con Lou Marinoff, el filósofo práctico más reconocido de la actualidad. Autor de éxito, ha realizado también series documentales para la BBC basadas en su obra y es investigador adjunto del programa de filosofía de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres.

El Título

En efecto, Boecio. Anicius Manlius Torquatus Severinus, político y filósofo romano nacido el 480 y hombre feliz hasta el año de su caída en desgracia, el 522, acusado de conspiración contra el rey Teodorico. Encarcelado en Pavía, escribe su famoso De consolatione philosophiae, junto con la Biblia el libro más leído en la Edad Media. De él tenemos tenemos una resonancia (poco eufónica en cuanto a la traducción) en el título de la obra de de Bottom.

El Contenido de la obra

Seis capítulos sin un sólo prefacio o introducción, sin epílogo o resumen. Seis problemas, seis filósofos, seis formas de enfrentarse a otras tantas dolencias comunes: la impopularidad, la falta de recursos materiales, la frustración, la ineptitud, el corazón partido, la desgracia. En cada parte tenemos la descripción de un conflicto y su afronte paradigmático, el análisis de ciertos males humanos y su tratamiento doctrinal. Seis doctrinas y seis vidas que se cuentan y exploran, se juzgan y se explican y parecen servir para cumplir con esa intención práctica. Sócrates, Epicuro, Séneca, Montaigne, Schopenhauer y Nietzsche. Buena panoplia. La filosofía, en suma, y su propósito más importante: ayudarnos a vivir mejor.

El primer capítulo está dedicado a Sócrates y a la lección practica que entraña su valerosa asunción de la muerte. El tema, claro, es la fortaleza de las propias convicciones y nuestra fidelidad a ellas. ¿Qué lleva a un hombre a la entereza que demostró en el juicio y en el cumplimiento de la condena? Sin duda, la filosofía. La filosofía que había provisto al filósofo ateniense de la confianza racional necesaria para afrontar la desaprobación social y la condena del estado. La misma filosofía que le había llevado a ejercer la crítica y a cuestionar el statu quo que asocia lo corriente con lo correcto.

El segundo capítulo versa sobre Epicuro y el modelo de vida sencilla y placentera que nos proporcionan con su vida y su obra. Consuelo para la vida sin recursos es el examen racional de nuestros deseos y de las auténticas fuentes de la vida feliz. El análisis sereno de Epicuro apacigua el espíritu y nos convence de que los gustos simples producen igual satisfacción que un tren de vida suntuoso. “A quien un poco no basta, a ése nada le basta” -decía el maestro de El Jardín. La felicidad puede ser difícil de alcanzar, pero los principales obstáculos no son, sin duda, materiales.

El tercer capítulo está dedicado a nuestro paisano, el filósofo cordobés Séneca. Hombre de fuste y final socrático, su obra nos sirve para luchar contra la frustración, en cuyo corazón anida siempre una estructura básica: la colisión de un deseo con una realidad inquebrantable. Para Séneca, si alguna posibilidad tenemos de alcanzar la sabiduría es aprendiendo a no agravar la terquedad del mundo mediante nuestras propias reacciones. Soportamos mejor aquellas frustraciones que comprendemos y para las que nos hemos preparado. Nos causan más daño, en cambio, aquellas que no esperábamos y no acertamos a comprender. La filosofía ha de ayudarnos reconciliándonos con las auténticas dimensiones de la realidad, para así ahorrarnos, si no la propia frustración, al menos la corte de emociones perniciosas que la acompañan.
Pero no basta con esto, ni se pretende en el estoicismo que aceptemos sin más todas nuestras desdichas. Pocas serían en ese caso las conquistas humanas. El motor de nuestro ingenio es la pregunta "¿tiene que ser así?", de la que se derivan reformas políticas, avances científicos, relaciones perfeccionadas o mejores libros. Por desgracia las facultades mentales consagradas a la búsqueda incesante de alternativas son difíciles de detener. La sabiduría consiste en discernir cuándo somos libres de moldear la realidad según nuestros deseos y cuándo hemos de aceptar con tranquilidad lo inalterable.

El cuarto capítulo nos habla de Michel de Montaigne, hombre de vida acomodada, gran lector, que encerrado en su torre biblioteca era feliz. La lectura era el consuelo de su vida, en efecto, pero el Montaigne lector declara: “Sólo me agradan a mí los libros amenos y fáciles, que me divierten, o aquellos que me consuelan o aconsejan para ordenar mi vida y mi muerte”. No hay nada más afín a la filosofía práctica.
De Montaigne considera la peor de nuestras enfermedades el autodesprecio. Nadie hay completamente inepto para ello. Su obra es útil para ponernos en el lugar adecuado, ni muy alto ni muy bajo, ni muy espiritual tampoco. Nuestra existencia corporal es una parte esencial de nuestro ser, no hay ignominia en ello. El cuerpo no puede ser negado ni superado. Sí pueden, en cambio, superarse los prejuicios, viajando, o la reverencia excesiva por la autoridad erudita, entendiendo que erudición no es lo mismo que sabiduría. La educación corriente, por desgracia, se basa más en la primera que en la segunda.

El quinto capítulo es el menos interesante a mi parecer. Se dedica al filósofo alemán Arthur Schopenhauer, uno de los mayores pesimistas de la historia de la filosofía, que hacía de nuestra existencia un episodio fútil y perturbador en la dichosa paz de la nada. Viajero, orientalista, amante frustrado, solitario y sólo al final de su vida autor de relativo éxito, mantuvo sus relaciones más cercanas con un grupo de caniches de los que fue tierno propietario. Schopenhauer es el descubridor del principio de la voluntad, el impulso de vivir que se halla detrás del amor, al que reducía a ser tan sólo la manifestación consciente del instinto reproductivo. Su peculiar doctrina de la neutralización recíproca de los amantes, explica más el tedio matrimonial y el divorcio que el amor y su mirada de entomólogo sobre la sociedad humana resulta consoladora tan sólo porque desecha la felicidad como parte del plan de la vida.

El último capítulo se ocupa de la vida desgraciada de un hombre solitario y con escaso éxito social: Friedrich Nietzsche. Lo verdaderamente importante en la vida y la obra del filósofo alemán es su no renuncia a la plenitud, a pesar de las circunstancias. Schopenhauer, que fue su maestro por un tiempo, explicaba que la esencia del saber filosófico venía dada por la observación de Aristóteles en la Ética a Nicómaco: "El hombre prudente persigue la liberación del dolor, no el placer". Para Nietzsche esto es tan timorato como falso. Su obra, analizada aquí magistralmente, se encarga de mostrarnos la ligazón indisoluble entre placer y dolor, y cómo la plenitud (no la felicidad) se alcanza a partir de la renuncia a la “negación” de una parte importante de la vida.

Luis F. Navarro (lufena@ya.com)

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