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DIDÁCTICA de la FILOSOFÍA

Así vivió Antonio de Lara la concentración de Mérida

Así vivió Antonio de Lara la concentración de Mérida Antonio de Lara es un profesor de Filosofía. Allí estuvo, de los primeros en llegar, de los que gritaron más cuando hizo falta, de los que le pusieron a la Delegada del Gobierno los carteles reivindicativos bien visibles durante toda la conversación, de los que mostraron frente a la cámara de TVE su descontento...

Nos ha mandado un correo electrónico con su visión de la concentración del día uno de julio en Mérida.

No hace falta comentar nada. Él lo comenta todo:

CRÓNICA DE LA CONCENTRACIÓN DE MÉRIDA DE 1 DE JULIO DE 2005
(contada por uno de los que fueron en el autobús de Sevilla)

Toda crónica es el relato de unos hechos tales y como los vio el que los relata. La presente es el relato que cuenta uno de los que participamos en la concentración. Tiene la subjetividad del que los ve y los vive. La verdad es perspectiva, como dice Ortega, sin que tenga ser falsa. Ésta es una perspectiva, diferente de otras posibles, como las que sin duda han fijado en sus mentes otros profesores, estudiantes o simpatizantes, que se desplazaron desde sus lugares de origen, ya fueran andaluces, asturianos, madrileños o extremeños. Y digo extremeños, porque muchos de los que estuvieron no eran de Mérida, lo que hasta cierto punto es normal, sino de la provincia de Cáceres y también de Badajoz.
La salida estaba prevista para las siete de la mañana desde la puerta de la Facultad de Filosofía. Una hora un poco temprana, en parte porque en principio se habló de concentrarse en Mérida a las 10; en parte también porque queríamos evitar los agobios de la llegada, como nos pasó en la manifestación de Madrid del día 3 de junio. Yo me acerqué sobre las siete menos cuarto, después de aparcar el coche en un lugar fuera de las multas de la ORA, y ya me encontré a uno de los compañeros, sentado en el pretil donde se sustentan las vallas de protección del edificio. Estaba leyendo, como no podía ser menos. Poco después empezaron a llegar los demás. Fue en ese momento cuando nos enteramos que con toda certeza la mayoría de los estudiantes con que contábamos no iban a venir. En la reunión que celebraron el día anterior no se pusieron de acuerdo, lo que produjo un gran enfado en Fernando, el único alumno que asistió a esa reunión. No fue el único que vino. Algunos que estuvieron en la manifestación de Madrid repitieron y alguno nuevo se añadió, como el que tuve este curso haciendo el CAP. En cambio, la presencia de profesores fue más nutrida y significativa: muchos de los que están trabajando sobre la “Filosofía Práctica”, grupo por el que siento una simpatía creciente, Gabriel, el alma del grupo, que estuvo con nosotros en el Congreso de Almonte, nuestro amigo Carlos Portillo, asesor en el CEP, y otros más. También los Javieres, nuestro tesorero de la AAFi y otro Javier, amigo mío, que venía acompañado de su esposa. Mientras nos saludábamos, se presentó Mar, de riguroso blanco. Ya eran pasadas las siete y empezábamos a preguntarnos por algunos compañeros que habían confirmado su asistencia. ¿Y Paula? ¿Dónde está Paula y su abuela? A lo que Mar contestó que se habían ido en el autobús de línea, muy preocupadas por si el autobús que habíamos fletado al final no salía. Fue también Mar la que preguntó por las pancartas que habían hecho los alumnos, que según Fernando debían estar en la Facultad. Allá se dirigió ella, pero la Facultad estaba cerrada y no abría hasta las ocho. Adiós pancartas. No importa. Yo había hecho el día anterior algunas fotocopias en cartulinas, que podían usarse en la concentración. También compré algún que otro silbato. Estábamos haciendo el recuento último, cuando vimos que a paso ligero se acercaban Inmaculada, acompañada de su pareja, que al llegar hacia nosotros nos preguntó extrañada: ¿pero no íbamos de negro? Efectivamente, casi ninguno de nosotros, excepto dos o tres, íbamos de negro. Yo tampoco, no es un color que me guste demasiado; pero llevaba en la bolsa una camiseta negra, la única que tengo, que me regaló mi hija en un viaje que hizo a Italia, y que en el frente tiene pegado el desnudo armónico de Leonardo. Además, Mar iba de blanco, que es la forma como en las culturas primitivas se simboliza el luto, la muerte. Ya no vino nadie más y nos subimos al autobús. Samuel no pudo añadirse, pero su justificación es motivo de alegría; su mujer estaba de parto, así que ya tenemos a un filósofo o filósofa más. Algunos otros compañeros, por dificultades de última hora, tampoco pudieron añadirse, pero sé que estaban en espíritu con nosotros. Estábamos menos de los que pensábamos, pero el número, siendo importante, no era lo esencial. Lo esencial era estar en Mérida, porque era la última movilización antes de las vacaciones de verano, que es el momento que aprovechan los políticos para hacernos tragar todos sus desaguisados.
El viaje, de algo más de dos horas, fue agradable. Cuando entramos en las primeras estribaciones montañosas, el paisaje, salpicado de dehesas, encinas y alcornocales, me trajo al recuerdo mis vivencias como profesor en el primer instituto en que empecé a trabajar, a principios de los setenta, situado en la Sierra Norte sevillana. Es como si recuperara mi antigua sangre jacobina, largo tiempo adormecida en el BUP y hechizada con los encantamientos didácticos de la Logse. Allí organicé la primera huelga de profesores que hubo en ese instituto, cuando la Guardia Civil se acercaba preguntando al director o a la secretaria: “¿se ha alterado el orden público?”. Los tiempos han cambiado, pero no tanto. Entonces no había sindicatos que nos defendieran –el sindicato vertical estaba controlado por el régimen; y había que recurrir al Colegio de Licenciados para que acudiera en nuestro auxilio. Desde el Colegio de Licenciados se convocaba y organizaba de forma unitaria la huelga, dando origen a lo que posteriormente se llamaría Coordinadora. Ahora vuelve a suceder algo parecido. La actitud entreguista de la mayor parte de los sindicatos, con algunas y muy loables excepciones, ha forzado a las Sociedades de Filosofía a asumir la defensa de unas reivindicaciones, que no constituyen su objetivo fundamental y para la que disponen de escasos medios. Y a la sombra de estas sociedades empiezan a florecer las diversas Plataformas de Profesores y Estudiantes.
Durante el viaje conversamos sobre nuestras experiencias recientes, sobre lo que habíamos hecho durante el curso, sobre nuestras dificultades y éxitos. Ya sabemos que los profesores, y también los estudiantes, contamos por cursos académicos, y no por años solares. A mitad de camino hicimos una parada, en Monesterio. Teníamos tiempo de sobra y había que tomar fuerzas. Allí nos dimos un desayuno opíparo, hasta el punto de que el conductor, que conocía bien ese sitio, nos tuvo que llamar la atención, porque, si no nos aligerábamos, llegaríamos tarde a la concentración. De nuevo en el autobús, retomamos el viaje, ahora ya por una carretera que era toda autopista. Pero el tiempo iba ya justito. Cuando nos íbamos acercando a la entrada sur de Mérida, vimos a lo lejos una gran tractorada. Eran los de la concentración antirrefinería que acudían desde los pueblos afectados. Arriba, en el cielo, un helicóptero controlaba la situación. Más adelante, entrando ya en la ciudad, comprobamos que estaba tomada por la policía y que un grupo de manifestantes antirrefinería estaban allí con una gran pancarta. Pero, ¿no tenían éstos la concentración en el mismo lugar que nosotros? En el autobús la temperatura anímica subió y alguien propuso que pusiéramos en las ventanas las pancartas que llevábamos, a lo que otro respondió con buen criterio que, si lo hacíamos, no dejarían pasar el autobús. Éste tuvo que dar varias vueltas y al fin nos dejó en la espalda del Anfiteatro.
Habíamos llegado, pero eran las 10,30 en punto. No podíamos perder tiempo. Preguntamos nerviosamente por el camino más corto y en pocos minutos nos encontramos con los compañeros concentrados. Allí estaban Ana Rosa, Raquel y otros muchos profesores y profesoras, todos o casi todos vestidos de negro, con un farol y una campanilla que hacían sonar constantemente. Sentía curiosidad por conocer personalmente a quienes tanto habíamos dialogado en los diversos foros. Ana Rosa se me acercó y me hizo la misma pregunta que en Sevilla hizo Inmaculada. Yo le contesté que ahora mismo me cambiaba la camisa por la camiseta “leonardesca” que llevaba en la bolsa. No era plan, con el calor que hacía, ponérsela encima. Sin pensármelo dos veces, me desnudé de cintura para arriba y me puse la camiseta negra. Ana Rosa me hizo notar que la camiseta era “un desnudo simbólico”. Tan simbólico como el negro riguroso de muchas profesoras. No hacía falta que nadie se “despelotara”. El negro mostraba mejor que nada la tristeza de nuestra situación.
También estaban Paula y su abuela, ambas jerezanas como yo (de Jerez de la Frontera, no de Jerez de los Caballeros), que habían llegado antes que nosotros. Nos saludamos y comprobamos la energía y fortaleza de su abuela, que traía un coqueto gorrito para soportar el calor. Yo, sin embargo, me olvidé de la gorra. Poco después llegaron, o eso me pareció a mí, los compañeros de Asturias y de Madrid. Yo me imaginaba a Eliseo alto y delgado, algo así como el leptosomático de Kretschmer, y me encontré con una persona, alta sí, pero de complexión robusta, tranquila y afable. A lo lejos, en la intersección con la calle José Ramón Mélida, estaban los dos compañeros, uno de Mérida y otro del sindicato STE-EX que había solicitado la legalización de nuestra movida, que más habían trabajado, junto con Ana Rosa, por el éxito de la concentración, como queriendo quedarse en un segundo plano, sin afán de protagonismo, actitud que los honra. Otros dos compañeros sevillanos estuvieron en la concentración, pero yo no los vi sino mucho más tarde, cuando nos disponíamos a comer. No se habían venido en nuestro autobús, porque habían aprovechado el alojamiento en casa de un amigo que vivía en un pueblo cercano.
La concentración discurría de forma pacífica. Gritamos varios lemas (¡Sí a la filosofía, No a la LOE! ¡Sin Filosofía, no hay ciudadanía! ¡+Filosofía, -Tonterías!), tocamos los silbatos y la campanilla, y agitamos las pancartas. Los turistas que estaban comprando las entradas para la zona arqueológica nos miraban con cara de no entender nada. Tan pacífica era la concentración que la presencia policial, muy abundante, parecía innecesaria. Había bastante policía y varias lecheras aparcadas cerrando el paso al centro de la ciudad. Uno de nosotros, en un alarde de cordialidad, se acercó a uno de los policías y le invitó a adherirse a nuestra concentración, lo que provocó en él algunas sonrisas. Pero la policía se movía de un lugar a otro, con cierto frenesí que no entendíamos. Alguien dijo que había escuchado decir a un policía por el móvil que había 100.000, lo que debió ser un error auditivo o una frase dentro de una conversación desconocida. Pasado un rato, se presentaron dos periodistas para entrevistarnos. Hacia ellos se dirigió, rauda, Raquel; también nos acercamos algunos más, pero sólo Raquel pudo ser entrevistada.
Terminando la entrevista, vemos que un coche oficial se para cerca de donde está la policía y de él baja la Delegada del Gobierno en Extremadura, Dª. Carmen Pereira. Se acercó hacia nosotros y enseguida la rodeamos. Venía con cara amable y deseos de distensión. Nos dijo que todo lo que pedíamos ya estaba concedido, que además conocía el problema de manera muy cercana, porque un hermano suyo era también profesor de filosofía en un instituto de Sevilla. Nos preguntó si le conocíamos, y efectivamente, Inmaculada lo conocía. Aprovechamos el momento para exponerle nuestras reivindicaciones y razonamientos. Tres cosas muy importantes se le dijeron a la Delegada. La primera, que nos parecía extraña la manía de los gobiernos socialistas contra la filosofía, que siempre que habían gobernado habían intentado reducirla, lo que casa mal con sus postulados ideológicos. La segunda, que nosotros no actuábamos por una filiación política determinada, sino como ciudadanos y profesores preocupados por la educación en España; que lo nuestro era una protesta civil, no partidista. Y la tercera, que estábamos hartos de tanta reforma educativa, que queríamos un PACTO DE ESTADO por la educación. La Delegada nos respondió que no nos preocupáramos, que el problema estaba resuelto; y nos pidió que le entregáramos los manifiestos que habíamos elaborado, así como alguna que otra copia para poderla leer personalmente. Tras esto se despidió de nosotros, advirtiéndonos de la concentración antirrefinería que después se iba realizar en el mismo lugar, que podía ser conflictiva. Tras irse la Delegada del Gobierno, todos nos preguntábamos qué había dicho. Pero lo importante no era qué había dicho, sino el hecho de estar allí.
Poco después se acercó un cámara de TVE, que debió simpatizar con nosotros por las indicaciones que nos daba y la forma como hacía las tomas. Un diablillo, ¿escapado de la Fura dels Baus?, que tocaba compulsivamente un tambor alargado, se nos unió. La presencia del sindicato STE-EX fue muy moderada y en ningún momento desentonó.
Eran ya las doce y la concentración llegaba a su fin. Teníamos que disolvernos. ¿A dónde ir? Teníamos ganas de seguir juntos, pero hacía calor. Lindando con el lugar de la concentración había un bar con una amplia terraza. Allí nos sentamos formando un gran corro y tomamos una cerveza. Mientras tanto, algunos de nuestros representantes se reunían en uno de los extremos y sobre una mesa intentaban consensuar un comunicado de la concentración. Eran Mar, Francisco Javier, Silverio, Ana Rosa, Felipe y otros; no puedo citarlos a todos, porque el grupo era abierto y flexible.
Sobre las doce y media vemos que una gran pancarta se acerca. Son los de la antirrefinería. No iba mucha gente detrás. Algunos dijimos: bueno, pero si no son tantos. Gran equivocación. Pasados diez minutos vino la gran oleada. Ahora sí que había gente. Lo que habíamos visto antes era sólo la cabecera, que se había adelantado en exceso. Aumentaron los gritos y empezó a sonar la música con gran estridencia. Habían puesto con anterioridad un equipo de megafonía. Se suceden los discursos de los convocantes, alternados con los gritos de los concentrados. La presencia policial aumenta considerablemente. Algunos de nosotros tememos no haber seguido los consejos de la Delegada del Gobierno y quedar envueltos en esta segunda concentración. Como medida de precaución uno de nosotros se acerca hacia la zona trasera de la concentración y comprueba que la policía no la ha cerrado. Buena señal, no hay problema. Uno de los que intervienen se vuelve radical e intenta lanzar a los concentrados contra la policía que impide el acceso al centro de la ciudad. La cosa se pone fea. Menos mal que el último que interviene, más sensato, los disuade del intento, aconsejándoles que vuelvan por el mismo lugar que llegaron. La concentración se va disolviendo.
Eran ya casi las dos de la tarde y todavía nuestros representantes estaban redactando el comunicado. ¿Cómo necesitan tanto tiempo para un comunicado tan corto y sencillo? Falsa impresión. No se puede confundir simplicidad con simpleza. Las cuestiones simples, claras y distintas, como diría Descartes, no se obtienen de inmediato, sino como consecuencia de un arduo proceso analítico. Aún así, por el mucho ruido que había en el exterior, nuestros representantes deciden irse a algún lugar interior del bar. Otros más nos acercamos y por fin se termina el comunicado. En el trasiego de ir y venir de unos y otros, se me queda mirando fijamente un compañero de Cáceres y me dice: “yo te conozco, pero ¿de qué?” Y efectivamente, nos conocíamos. Habíamos coincidido en un magno curso de formación para profesores en Alicante, organizado nada más y nada menos que por la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular, la misma que ahora estaba patrocinando equivocadamente el borrador de “Educación para la ciudadanía”, pero que entonces impulsó muy loablemente la enseñanza de la Ética en como materia común e independiente de la alternativa a la Religión.
Terminado el texto del comunicado, había que ponerse en contacto con algunos medios de comunicación y llevarse alguna copia para ponerlo en las distintas páginas web y enviarlo a los periódicos más accesibles. Apretaba el calor y también el hambre. Por fin, sobre las dos y media termina la reunión. Ana Rosa y el grupo de Cáceres nos agradecen efusivamente nuestra presencia. Nos despedimos citándonos para una próxima movilización, si fuera necesaria.
Fuera el sol calentaba sin compasión. Había que buscar rápidamente un sitio cercano donde comer. Nos dieron propaganda y sin pensárnoslo dos veces, nos metimos en un restaurante con aire acondicionado y suficiente aforo para acoger al grupo de andaluces, madrileños y asturianos. Acertamos. El menú que nos ofrecieron era corto en platos, pero abundante en contenido, y, sobre todo, barato. Los tres que nos sentamos en una de las mesas elegimos el mismo menú, el menú extremeño, aunque con diversas opciones. La sorpresa, agradable, vino al pagar. Nos cobraron como el menú más barato, cuando era un menú intermedio. No fue una equivocación, fue a posta. Una muestra más del cariño con que nos trataron.
Tras salir del restaurante se imponía tomar un café. Antes de hacerlo, algunos nos dimos una vuelta por alguna zona arqueológica. Era un crimen no hacerlo estando en Mérida. Nos acercamos a ver el templo de Diana; y mientras contemplábamos extasiados su monumentalidad, se cruzaron con nosotros dos estudiantes sevillanas que iban a toda prisa a ver la Alcazaba. Luego callejeamos un poco y nos metimos en una cafetería-restaurante con aire acondicionado, por supuesto. Mientras tomábamos el café, un grupo de rezagados nos llamó por el móvil, preguntándonos dónde estábamos. Durante la espera Carlos nos sugiere una fórmula matemática, que calcula el tiempo de llegada en función del número de componentes del grupo. No tardaron mucho en llegar. Mantenemos entre todos una conversación relajada. Alguno plantea salir a las cinco, pero no es posible, podríamos dejar a algunas personas en tierra, entre ellas las dos chicas que vimos dirigirse apresuradamente a la Alcazaba.
A las cinco y media salimos de la cafetería y nos dirigimos tranquilamente hacia el lugar en que nos recogerá el autobús. Nos montamos y hacemos el recuento de presentes. Había habido algunos cambios. Uno de los Javieres se había tenido que ir con su esposa tras la concentración. A cambio, Paula, su abuela y otra estudiante amiga de la primera se venían con nosotros, a pesar de que tenían comprado el billete de vuelta. Siempre es más agradable viajar con conocidos.
Durante el viaje de vuelta se reanudaron las llamadas telefónicas a los medios de comunicación. También se recibieron llamadas del exterior preguntando por el éxito de la concentración. Paramos, como hicimos en la ida, en Monesterio, en la misma zona de servicio. Esta vez estuvimos menos tiempo. Estábamos cansados y acalorados, sólo nos apetecía tomar agua. Mar, sentada en una mesa, no hacía más que intentar contactar con algún medio de comunicación. Vueltos al autobús, la conversación giraba sobre las próximas acciones que habría que emprender, sobre el verano inquietante que se avecinaba. No había que bajar la guardia, teníamos que estar preparados para responder, si la situación se torcía.
Llegamos a Sevilla a las nueve en punto. Nos despedimos con la condición de estar informados y conectados por Internet. Ahora sí habían comenzado las vacaciones para nosotros.

Sevilla, 5 de julio de 2005
Antonio de Lara Pérez

3 comentarios

tucorazón -

amo a Antonio de Lara y no es una broma.se que estás casado, pero....que se le va a hacer? be mine*****

Antonio de Lara -

Lo siento, Samuel. Espero que se le pase pronto, porque los cólicos nefríticos pueden ser peores que los partos. Sin embargo, ésa fue la información que corrió entre nosotros. Y no me negarás que es bien bonita. A mí me parece que debe quedar en la crónica, porque fue lo que creímos. Si no es verdad, al menos "e ben trovato" (o como se diga en italiano).
Un saludo.

samuel izquierdo -

Estimado Antonio:
me hubiera gustado que el motivo de mi uasencia en Mérida fuese tal y como lo relatas. Pero no fue el ansiado parto sino un cólico nefrítico, con el que áun estamos batallando. Silvia cumple el 30 de agosto. Entonces, si todo va bien, vendrá al mundo un nuevo filofilósofo, ya que es varón.
P.D.: Carlos Sport a ver si me mandas por e-mail las fotos de la concentración que me hace ilusión veros.
Un abrazo a todos