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DIDÁCTICA de la FILOSOFÍA

Culpa de los filósofos

Culpa de los filósofos

Es cosa muy seria el lenguaje. Aristóteles no halló nada más específico para distinguirnos definitivamente. No hay parentesco con los otros semovientes que incluya el habla, animales ilógicos. Ni sociedad humana, por atrasada que parezca, que no posea una lengua compleja y eficaz.

Cierto que el mundo animal se comunica mediante rastros químicos, muecas faciales, gestos y movimientos del cuerpo, reclamos, llamadas, gemidos, advertencias… códigos naturales o no, pero todos limitados a un reducido número de mensajes. No hay sistema completo o universal de comunicación, salvo el lenguaje humano. Y su peculiaridad estriba en su recursividad: no hay límite potencial para la formación de mensajes, por eso el habla humana traspasa la barrera del “aquí” y el “ahora”.

¿Cuál es la clave del lenguaje humano? Es la gramática, un sistema de reglas de formación que tiene base innata en nuestra especie (aunque la lengua concreta sea un rasgo cultural). Nuestros primos primates son muy listos. Aunque no articulan, pueden usar vocablos de diversa forma, pero no llegan más allá de las palabras sueltas o de sus pequeñas combinaciones, y siempre para hablar de lo que tienen delante o desean obtener en el momento. Están tan lejos de la sintaxis como tan cerca de la estrecha referencialidad, que no la necesita. Así pues, la sintaxis, esa parte de la gramática que habla de secuencias correctas, de coordinaciones adecuadas y de uniones pertinentes, nos hace humanos. Humanos nos hace, pero no nos humanos hace.

Es cosa muy seria el lenguaje. Los predicados, por ejemplo, no pueden emplearse sin reglas. No pueden atribuirse fuera del ámbito en que tienen sentido. Cuando eso se hace se comete un error categorial. Tomemos un caso: no puede decirse que el pueblo francés sea católico. Y no es cuestión estadística. Es simplemente que los pueblos no tienen religión. No pueden ser católicos o anglicanos porque no tienen cerebro y en el cerebro reside la religión de las personas, únicas entidades que tienen cerebro y religión. Tampoco puede predicarse de lengua o de cultura cerca del sustantivo “nación” o “territorio”. Los territorios o las naciones no hablan, ni comen con palillos, ni bailan, ni visten, ni entretienen su ocio de forma distintiva alguna. Son los individuos quienes hablan, comen, bailan, se visten, se desvisten y juegan. No hay tampoco derechos si no son del hombre, “humanos”. Es así la sintaxis, con el orden correcto, qué le vamos a hacer.

Pero, claro, cómo dejar de hablar de caballos alados, de corceles cornudos, de águilas leonadas, del fénix inmortal; cómo evitar los cíclopes terribles, los temibles titanes, los dioses caprichosos, los lujuriosos sátiros y las hermosas ninfas. Atribuciones erróneas, sintagmas incorrectos, fuera de la verdad.

Culpa de los filósofos es, que se impusieron el deber de acabar con estas fábulas, y no lo han conseguido.

Luis F. Navarro

1 comentario

limo -

Muy interesante caballero.
Saludos.