De tolerantia
Nos recuerda Fernando Savater que en el siglo de las Luces ser filósofo significaba por lo común ser libertino, lo mismo que ahora significa generalmente ser profesor. En esa época ilustrada, cuando filósofos y literatos eran celebridades populares, escribió Voltaire que la tolerancia era tan necesaria en política como en religión.
He leído con detenimiento los tres comentarios últimos de Gabriel Arnáiz y me han dado que pensar porque contienen mucha verdad y una expresa defensa de la virtud democrática por excelencia.
Seguro que la provocación y hasta el escándalo han sido un instrumento de ciertas causas nobles. Verdadero que el haber puesto en duda algunas evidencias fue un tiempo suficiente para el delito de impiedad. Cierto que el mismo dogma cristiano contiene no pocos elementos que a antiguos y modernos resultan inquietantes. Y que hay otras creencias religiosas modernas como el buenismo progre y la political correction reclamando el exabrupto correspondiente que pueda hacer salir de la modorra a muchas aquiescentes víctimas de regímenes y sistemas poco dados a fomentar la crítica contra sí mismos. Vero, en fin, que ser infiel es algo que nos sucede a todos.
Pero también Edmund Burke, que no por ser británico fue menos irlandés, ni por ser conservador menos filósofo, me convenció de la existencia de un límite en que la tolerancia deja de ser virtud. Porque, en efecto, si puede la libertad alcanzar cualquier orilla, puede también hundirse tierra adentro, y puede anegar y puede destruir, y puede entonces hacer daño, como el agua misma que fecunda y ahoga.
Luis Fernández Navarro
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