Café filosófico en la Casa del Libro (Sevilla, 6-6-08)
¿Para qué asistimos al café filosófico? ¿Qué nos trae por aquí? Son preguntas que han surgido al hacer memoria y balance de los cafés de este curso. La curiosidad, el disfrute o la inquietud intelectual fueron algunas de las respuestas.
¿Qué metodología preferimos que utilice el moderador? (y somos cinco -José Carlos, Luis, Antonio, Carlos y yo- los que hemos colaboramos con Gabriel) Nos resulta estimulante la metodología socrática en la que el moderador se empeña en que los participantes expresen con rigor aquello que quieren decir y caigan en la cuenta de las implicaciones lógicas de aquello que afirman. Pero también hemos descubierto en el café un espacio donde todos pueden ir encontrando su voz y su discurso, y sus argumentos, siendo escuchados por un grupo empeñado en entender, algo más parecido a la tertulia tradicional o al círculo terapéutico (Yalom). No nos gusta el estilo magistral, no es lo que andamos buscando aquí, ni en el moderador ni en el resto de los participantes.
¿Qué me aporta a mi vida personal? ¿Qué beneficios podemos extraer de un encuentro “lógico”, de un debate de ideas y palabras? ¿Tiene la palabra (el “logos”) de los cafés un poder terapéutico? ¿Es un “mero” ejercicio, eso sí, espiritual (en el sentido de Hadot)? La palabra es sanadora y/o enriquecedora si no es mera cháchara sino que es palabra que tiene que ver con la verdad (al menos, sincera), y que nos “toca” afectivamente (Ismael). Aunque lo realmente sanador está en la intención, la emoción que la precede (Paco), y en la presencia amorosa del otro (Mario). Pero sin descartar que las palabras puedan ser instrumento valioso para habérselas con el mundo, para dar sentido a nuestro mundo (José María), para enriquecer nuestra experiencia, porque quien no dispone de palabras tiene una experiencia más limitada (Carmen).
¿Un cambio en nuestras ideas (y nuestra palabra) puede producir un cambio en nuestras vidas? Aquí debemos tener en cuenta que la palabra “entra” en un proceso de comunicación donde existe un emisor y un receptor, es decir, el otro, alguien que me escucha simplemente, o me comprende o, más aún, me com-padece, es decir, siente lo que yo siento (Nono). Y este proceso dialógico, este no pertenecernos las palabras también es un filtro en el propio diálogo interior, necesario para producir un cambio (por ejemplo, llevando un diario personal o escribiendo una frase 50 veces: “no debo faltar al café”)
(La foto es de la wikipedia: Athenea Noctua)
Antonio Pino