Ser y poder-ser en el aula (de filosofía)
A vueltas con Félix García Moriyón. Sólo una cita que tomo del resumen que hace Rafael Robles en su blog: “Nuestra obligación profesional es querer a los alumnos, no que estos nos quieran, y que ese cariño sea efectivamente percibido. Por eso es tan importante, por ejemplo, aprenderse enseguida los nombres de los/as alumnos/as “. O encontrar tiempo para preguntarles si tienen algún problema. Llama la atención la cara de sorpresa que ponen algunos cuando tal cosa se le pregunta, es como si pensaran: ¿¡este me está teniendo verdaderamente en cuenta!? Es frecuente que nos dirijamos a los alumnos desde la recriminación y la superioridad no solo de rol sino personal: “yo sé qué te pasa, así que sólo tienes que prestar atención a lo que tengo que decirte”.
Si me acerco tranquilamente, si interactúo con seriedad y respeto, huyendo tanto de la recriminación como de la concesión, ofreciendo hasta donde lo permitan mis posibilidades, mi tiempo, mi fuerza, mi capacidad amatoria. Se trata de hacer un ejercicio de voluntad de tener en cuenta al otro en cuanto otro. Se obra entonces un pequeño prodigio, una pequeña maravilla. Una persona que es reconocida, que empieza a saber que es valorado por sí mismo independientemente de su comportamiento, de su inteligencia o de sus llamadas disruptivas de atención. A veces conviene decirle a alguien públicamente que se le quiere. Y de repente ese muchacho nota algo dentro de sí: el reconocimiento de su ser interno, más allá de su aspecto físico, de su estado psicológico, de su situación social. No se trata por tanto, como objetivo final, a mi entender, conseguir que conozcan y cumplan las normas sino acceder a la fuente de su ser personal desde el cual puede construir o reconstruir sanamente su personalidad.
Intuyo que es la clave. Y más que un expediente psicológico o pedagógico es un asunto antropológico, biográfico, vital, personal. Y el instrumento no es nuestra inteligencia, ni lo materiales didácticos, sino la razón sentiente (*) capaz de mostrarse a través del propio estado emocional. Este ejercicio de inducir la metanoia en nuestros estudiantes requiere de la nuestra propia. Y todo esto se da acentuando el valor de la convivencia en el proceso de aprendizaje y enseñanza. Y es el diálogo personal y colectivo un instrumento privilegiado para este aprendizaje en la convivencia.
A los trece años convives con niños y niñas, a los diecisiete convives con jóvenes. A los quince, convives con el temblor adolescente, y el grupo adolescente se puede transformar en caos, ¡qué difícil resulta mantenernos tranquilos en el caos! ¡Y qué difícil es también no convertirse sin más en el líder de la manada! ¿Qué hacemos con esos quince años y la filosofía? Filosofía y adolescencia. ¿No es acaso la filosofía una ocupación adolescente? ¿Una isla de hipertrofia racional en un mar de incógnitas, enigmas y misterios, donde nos jugamos y se juegan la vida? ¿Qué mundo queremos vivir en este archipiélago? ¿Y no es cierto que lo queremos vivir ya? ¿Para qué momento ideal futuro diferir el aprendizaje activo de la convivencia?
¿No será esta crisis escolar un cambio de etapa en la humanización de nuestra especie? Y si es así, entonces tenemos el privilegio y el riesgo de estar asistiendo a este proceso de gestación en el laboratorio que son las aulas de nuestras viejas escuelas y colegios. Me gustaría pensar Daniel que la violencia y el malestar en la escuela es un hervor necesaria para que se produzca un cambio de paradigma en la educación. El humano joven sabe demasiado –con todas sus contradicciones, inmadurez y energía- para ser educado en la horda simiesca.
(*) "El sentimiento tiene que ver con el amejoramiento y el apeoramiento, con el bien y el mal, por tanto. Tiene que ver de manera extraordinaria con el espesor cálido de la belleza. Es la esencia misma de nuestro ser carne. Carne siempre llena de humedades. Nunca de sequedades. Aunque muchas veces atravesemos desiertos irresistibles y llenos de paradojas. El sentimiento es aquello que hace que seamos. Mezcla sanguinolenta de lo que somos. Razón, deseo, imaginación, todo ello estratificado en el sentimiento. La carne enmemoriada es la fuente del sentimiento. En ella encontramos lo que hemos sido, siendo lo que somos; lo que vamos a ser. Carne sentiente. Inteligencia sentiente, decía Zubiri con razón regocijada. Deseo sentiente. Imaginación sentiente. Puro sentimiento, sin dejar en ningún momento de ser también y a la vez, en extremado arrebujo, razón, deseo e imaginación. Razón sentiente. Nada tenemos de un gran cerebro inmerso en una piscina de formol y con hilos por los que bullen estímulos y reacciones para menear musculines… A veces nos cuestan los gestos de ternura, sobre todo a los hombres, tan mal acostumbrados en el ámbito del sentimiento, pero es en ellos donde se da la calidad del estremecimiento. La calidad de lo que somos." (Alfonso Pérez de Laborda Paralipómenos 636, 13 nov.2008)
foto: Colegio para discapacitados en Anantapur (India)
Antonio Pino
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